...el dolor. Uno aprende a vivir con él. Unos dolores -como el que tengo hoy en los muslos después de 9 horas de ascenso y unas 6 de descenso del Volcán Barú- duran unos días. Otros, no se limitan a cosas tan superficiales como la carne o los huesos; éstos se encargan en lo más profundo del alma; éstos son para siempre, pero, como dije, uno aprende a vivir con ellos.
Cada reto llega en el momento indicado para nosotros, como este reto del Barú parte 2 que llegó a mi pocos meses después de la muerte física de mi papá. En varios momentos del camino, sentí su presencia cerca de mi, lo cual es no es extraño, porque la naturaleza es mi iglesia y es ahí donde me siento más cerca de Dios. No hay suficientes adjetivos para explicar lo conmovida y feliz que me sentí al llegar a la cima -agotada y dando lo mejor de mi roca a roca a medida que el aire se hacía más denso y la respiración más pesada- para encontrarme con un imperio de majestuosas nubes y rayos de luz rodeando la cima del volcán. No pude contener las lágrimas... sentí el amor de mi papá y supe que, si aquí en la tierra hay lugares tan hermosos, él transicionó a un lugar mejor.
Una lágrima brota por cada tecla que oprimo mientras escribo y, a pesar del gran dolor que siento hoy en cada músculo y del miedo y cansancio que sentí en ciertos momentos, escalaría miles de Volcanes Barú por sólo un abrazo y un beso más de "mi viejo que nunca fue viejo". Lo único que me queda aconsejar es que amen y den TODO lo que puedan en vida, que recuerden que el dinero es un papel y que el amor y el abrazo de un ser querido no se compra ni con todo el papel del mundo. Que una vez que su misión termina y se van, lo hecho, hecho está y no hay vuelta atrás. También, aunque a veces se me olvida, no debemos afligirnos por pendejadas, porque hay cosas mucho más dolorosas. Si tienen a sus padres y seres queridos con vida, ÁMENLOS y den lo mejor ahorita, porque "pa' mañana es tarde."
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- Leilani