Silenciosa pero persistente, la muerte pasea conmigo, más cerca de lo que me atrevo a especular.
La llevo pegada a mi cuerpo y, a veces, puesta en un asiento o dentro del bolso. A veces me espera en el super, en la tienda o en una fiesta. Siento su susurro, casi sexual, al oído. Pero logro ignorarla, por segundo día consecutivo.
Ella me recuerda que ya se ha llevado consigo a varios de mis seres queridos. "¿Qué mejor manera de demostrar tu amor hacia ellos que terminar tu existencia de la misma forma?", razona. La miro de reojo, desconfiada, pero creo que tiene razón; esa también es una forma válida de amar.
En su desesperación por seducirme, la muerte me presenta a personas que se miran felices, como en un sueño. "Tú puedes ser como ellos; profundos e interesantes, complicados y artísticos... Todos parte de un círculo elite". Lo que ella no sabe es que yo sé que eso es superficial; mercadeo en su escencia más pura... Pero su sonrisa me tienta.
La muerte es astuta. Te deja besarla, suavesito y te va envolviendo en una espesa niebla de seducción. Te da su veneno, gota a gota, suspiro a suspiro... Y, cuando quieres darle la espalda y decir "no más", el involuntario temblor de manos y la ansiedad que recorren todos los nervios de tu cuerpo, indican que ya es muy tarde: eres adicto... y ella te espera, dispuesta, con su sonrisa pícara de siempre, en su cama.
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- Leilani